Ayudar al prójimo
Dios te bendiga más!
Una de las características que distinguen a un
buen cristian@ es su disposición de ayudar al prójimo o al necesitado.
Ciertamente en las congregaciones hoy día se
contempla la “ayuda” al necesitado, ya sea visitando los hospitales, las cárceles,
asilos para ancianos y así por el estilo. Es decir, que a nivel general el cuerpo de
Cristo siempre está presto para ayudar.
En el post de hoy, enfocaremos nuestro lado
humanitario de forma individual dirigido al “yo” como persona integral.
Manos a la obra!
Jesús le dijo: Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el
segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley
y los profetas. (Mateo 22: 37 al 40).
Todos los mandamientos del Señor se resumen en dos.
El primero me parece que todos lo cumplimos: amamos a Dios. Pero y qué tal del segundo?
¿Amamos a nuestro prójimo como a nosotros
mismos?
Muchos podemos creer que para ser “buenas personas”
debemos ir a lugares especiales para mostrar que somos caritativos, que nos
compadecemos del sufrimiento ajeno.
Pero nos hemos detenido a observar en nuestro
entorno cercano, quién puede estar en necesidad, quién está esperando una mano
misericordiosa.
Estamos en un correr de la sociedad y del
mundo, donde cada vez la vista se acorta más a nuestro alrededor. Estamos siendo
presionados por el “tener”, ser “exitosos”, donde el valor de la persona se
define por lo que tiene, llevando así al hombre/mujer a un camino lleno de
vanidad y falsas ilusiones.
El tener es bueno siempre y cuando sea
administrado de manera sabía y ganado honradamente.
Porque de qué valdría tener muchas posesiones
si no somos capaces de ayudar al que está
cercano.
Vivimos centrados en los propios problemas,
necesidades y nos volvemos indiferentes con lo que pasa día a día.
De vez en cuando es bueno quitar la mirada de “un@
mism@” y ver, escuchar a los demás. Ahora bien, no es que vamos a convertirnos
en quien no somos y pretender una misericordia que tal vez no tenemos, pero sí
podemos hacer mucho con lo que tenemos a nuestro alcance.
Cuando el amor del Padre va naciendo en nuestro
corazón, nos hacemos más sensibles y dejamos de pensar tanto en nosotros
mismos, de esta forma mostramos que el Reino de los Cielos está entre nosotros.
Es bueno detenerse, observar nuestro alrededor,
y preguntarnos ¿cómo puedo ayudar a mi herman@?
¿Cómo puedo ser útil?
Hay una expresión que dice que es mejor dar que
recibir. Así lo dice Hechos 20:35
En todo os he enseñado
que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras
del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.
¿Qué estoy dando a la gente a mí alrededor? ¿Cómo
estoy ayudando a mi prójimo?
¿Estoy haciendo caso omiso cuando alguien me
pide ayuda, ya sea para un consejo, o para escucharlo?
¿Estoy reflejando que tengo del amor del Cristo
en mí?
Por los mismos acontecimientos que vivimos, a
veces elegimos no “complicarnos la vida con nadie”, cada quien que “se las
arregle como pueda”. Esto puede ser un
escudo para no sufrir más, o simplemente es una elección y se vive acorde a
ella.
Toda buena obra, dadiva que demos, así será
recompensado por nuestro Padre Celestial. Lucas 6:38 nos enseña que:
Dad, y se os dará;
medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque
con la misma medida con que medís, os volverán a medir.
En resumen de esta breve reflexión: Puedo
ayudar y ser útil desde donde estoy, y con las herramientas que tengo al
alcance de mi mano. Puedo mostrar el amor de Dios en mí, ayudando a mi prójimo
sin tener que ir muy lejos para hacer el bien.
No se trata solamente de cosas materiales, también hay otras cosas que
podemos dar.
Hagamos el ejercicio de quitar la mirada de
nosotros mismos de vez en cuando (aunque lo ideal es siempre) para que podamos
ver y escuchar al necesitado (puede ser un amig@, compañer@ de clase, de trabajo, etc). Y pidamos a Dios que nos ayude a abrir nuestro
corazón al prójimo y que su amor crezca mucho más en nosotros. Que tu mano derecha no sepa lo que hace la
izquierda.
Todo bien que hagamos tendrá su recompensa.
Paz y Gracia.
No te canses de hacer el bien
Sal en la tierra
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